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Anatomía de la melancolía

Hablar de melancolía es como rondar un sentimiento de insatisfacción y tormento cuyo verdadero objeto pareciera permanecer desconocido ante el resto. Hay quienes ven en ella una forma de depresión mientras que otros la conciben como sentimiento divino responsable de admirables creaciones. Algunos conciben tras ella la genialidad, otros a la locura. Hoy les contaré un poco acerca de un libro que quiso diseccionar uno de los sentimientos más sublimes de nuestra existencia.

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La Anatomía de la Melancolía de Robert Burton es considerada como el primer tratado de la psiquiatría moderna. Una obra que vio la luz a comienzos de la segunda década del siglo XVII. En ella, como su título advierte, se aborda el tema de la melancolía desde todos los puntos de vista que eran posibles de concebir para un autor de su tiempo, recordando que la melancolía era atribuida a un exceso de bilis negra según la teoría de los cuatro humores.

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Es importante recordar, que dicha teoría, fue durante mucho tiempo la explicación a las enfermedades que se padecían, al menos hasta la llegada de la medicina moderna en el siglo XIX. Así, esta explica que todo padecimiento deriva del desequilibrio entre cuatro sustancias básicas, a saber: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra.

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El libro está dividido en tres partes, en las que su autor nos expondrá al modo de la «anatomía descriptiva» un estudio pormenorizado de la melancolía, citando numerosos ejemplos en la literatura. Así, encontraremos referencias no sólo a la medicina, sino a la religión y a la filosofía. El lector no debe esperar encontrarse con un escueto tratado que recuerde a la literatura médica de nuestro tiempo. La primera impresión resultará más bien como adentrarse en una biblioteca de bolsillo. A continuación realizaré un breve resumen del primer libro a partir de la selección realizada por Alberto Manguel, publicada por la editorial Alianza.

Libro primero

«Si después, al anatomizar este humor áspero, se me escapa la mano como a un aprendiz torpe, penetro demasiado hondo y corto la piel, y todo repentinamente causa escozor, o lo corto en oblicuo, perdona la mano ruda, el cuchillo torpe; es muy difícil mantener un tono igual; un mismo tenor y no ser a veces desordenado» —Nos advierte «Democritus Junior» en su prólogo—.

Posteriormente dedicará un profundo análisis a las causas, que reconocerá como naturales o sobrenaturales. Aquí nos encontraremos ante una extensa descripción que considerará tanto a Dios como a los demonios, pasando por diversos espíritus, ángeles, magos, brujas.

Inicia su disección exaltando la figura del hombre para después recordar su miseria. Todo ello sin olvidar mencionar sus causas aparentes. Como aquel buen anatomista que antes del primer corte sabe perfectamente lo que para él representa. Asumiendo que «la melancolía es una característica inherente al hecho de ser criaturas mortales».

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Ya adentrado en el estudio, establece la existencia de diversos tipos de melancolías partiendo de las opiniones de los antiguos y clasificándolas de acuerdo a su naturaleza, tiempo, ubicación o modo de vida que ejercen sobre los individuos que las padecen. Siendo la cerebral, simpática e hipocondriaca las que Burton diseccionará con mayor detalle.

La dieta será también analizada, atribuyendo la melancolía al consumo de la carne de diversos animales como el venado, la liebre, las aves o los pescados. Así como a la ingesta de ciertas bebidas: los lácteos, los vinos, la sidra o la cerveza, de la que no obstante nos advierte que la bohemia negra tiene una virtud especial contra la melancolía.

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Otra de las causas que Burton considera es la soledad y la ociosidad —a la que toma por insignia de la nobleza—. De esta última nos habla de dos tipos: corporal y mental. Siendo la primera no más que «un tipo de pereza entorpecedora», y la segunda contaminación del alma que desemboca gracias a los malos caminos, en la nada.

Por otra parte, la imaginación, aunque fuente de «maravillosos efectos y poderes», también es raíz de increíbles fantasías que someten al individuo melancólico, especialmente en las pasiones y emociones.

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Finalmente, nos encontramos ante las causas accidentales, reservadas a las pérdidas que pueden llegar a inspirar melancolía en el individuo predispuesto, como bien puede ser la muerte de seres cercanos, hasta la perdida de bienes materiales.

En lo que respecta a la soledad, «prima hermana de la ociosidad», causa y síntoma a la vez. Causa cuando es forzada o bien, voluntaria (la más común a la melancolía), sea por la práctica de ciertas doctrinas, falta de medios, enfermedad, vergüenza o incapacidad de relacionarse con los demás.

El juego y los placeres no se libran de considerarse motivo de melancolía. Las cartas, los dados, la cacería y los pasatiempos manejados con imprudencia. El vino y las mujeres: “Uno se siente debilitado por el vino, otro se arruina con los dados, un tercero se derrite por Venus”.

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Demasiado estudio también ha de considerarse motivo de melancolía. Atribuyendo el origen de su mal a una vida sedentaria y solitaria dedicada «para sí mismos y para las Musas», llena de disgustos y carencias: «La pobreza es el patrimonio de las Musas». Poetas, matemáticos y filósofos, se condenan voluntariamente a una vida cuyo patrono es la melancolía. La vida contemplativa sólo produce frutos de los cuales el vulgo rara vez desea alimentarse. Pues para que sobreviva un autor, debe haber un lector, así, Burton considera que parte de la culpa es de quienes están del lado opuesto: mecenas, protectores, lectores y compradores. Si la codicia —de acuerdo con el autor— es la raíz de todos los males, la segunda es la ignorancia quien promueve el desprecio, en especial a todo lo que se opone a ella, de este modo, no ha de sorprendernos el rechazo que la masa de hombres tiene por el conocimiento. Y aunque se pueda considerar la falta de medios como la causa de esta melancolía, «el verdadero defecto está en nuestra falta de valor, nuestra insuficiencia».

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La última parte del primer libro se centra en los síntomas. Empezando por las señales de melancolía en el cuerpo, a las que atribuye una naturaleza muy variada: calientes, frías, naturales, no naturales, etc. Burton delimita los síntomas generales en corporales y mentales, donde los corporales están estrechamente relacionados con el estado del humor (la bilis negra). De entre la opinión de los diversos autores que cita acerca de los síntomas del melancólico, podemos destacar que sean delgados, hirsutos, de semblante triste, aquejados por constantes penas, embotados, perezosos, de buena memoria, muy ocurrentes y con una comprensión excelente; de mirada fija, susceptibles a padecer constantes dolores de cabeza, incapaces de conciliar el sueño por las noches, suelen hablar consigo mismos, y aunque su apetito pueda ser voraz permanecen delgados y con mal aspecto, con el pulso lento debido a su constitución.

El temor y la tristeza son tan frecuentes que pueden llegar a considerarse compañeros de la melancolía. Se quejan con frecuencia y son más susceptibles al llanto, atormentados por el taedium vitae sufren constantes pensamientos suicidas, desprecian la vida: «no pueden vivir, no saben morir», desean la muerte hasta que la tienen cerca. Son desconfiados, exagerados, irascibles, malhumorados, impacientes, todo lo aplican a sí mismos, víctimas de sus propias bromas. Son inconstantes, incapaces de soportar la compañía por largo tiempo, extremadamente apasionados. Son cobardes y temen llegar a ofender a la gente, son muy susceptibles de conmoverse. Propensos al amor, se enamoran rápidamente con facilidad, aman a una hasta que conoce a otra y desearían poder amarlas a todas, pero normalmente es a la última a la que quieren más, mientras que otros aborrecen el amor y todo lo relativo a este. Son exageradamente humorísticos, su imaginación es inmensa, meditan continuamente. No atienden a otros, su mente está en otro lugar, si una idea les ocupa no se pueden librar de ella, no pueden sacar de su mente aquellos temas en los que no quieren pensar. No suelen mirar a los demás a los ojos. Sus amistades son distantes, son de pocas palabras y es habitual verlos callados. Es muy difícil obligarlos a hacer lo que les atañe. Les gusta pasear a solas, evitan la compañía. Todo les atormenta.

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Respecto al pronóstico, si no es hereditaria, tratada a tiempo hay esperanza de curación. Si está arraigada, resulta incurable.

Finalmente, hemos de decir que su autor, Robert Burton se consideraba a sí mismo un melancólico, escribiendo en el prólogo de su anatomía: «Yo escribo sobre la melancolía para permanecer ocupado y así evitar la melancolía». No sorprenda a nadie saber que se cree que acabó sus días ahorcándose en sus aposentos en la Catedral de Oxford donde ahora reposan sus restos.

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Si estás interesado en la lectura y deseas comprar el libro, puedes encontrarlo en la mayoría de librerías. A continuación te dejo un enlace.


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